jueves, 11 de abril de 2019

Las olas de Hokusai


“algo así como un temblor de agua
dentro de un cristal, una fugacidad
en una permanencia…”

Julio Cortázar

Ahora que tengo un teléfono “inteligente” y que comienzo a contactar a mis amigos por el mundo vía WhatsApp (Alejandro, Andreía, Víctor…), Sebastián, quien aún anda por aquí, me señala que todavía no he escogido una imagen para mi perfil, y lo hace de tal manera que me hace sentir que estoy “atrasado” en gran medida, que no me ajusto al ritmo de los tiempos, o sea, ¿qué te pasa?, en fin…


Y sucede que sí había estado yo pensando en ello, y hasta tenía reservadas en la “memoria” ciertas imágenes relacionadas con el minimalismo (de alguna manera debo ser distinto), ya que de plano estaban descartadas “selfies” y fotos familiares, y me decantaba por alguna poderosa imagen del grabado japonés, del ukiyo-e, es decir, Hokusai o Utamaro (ese Utamaro que recuerda Juan José Arreola, rotundo y sugerente: “…el observador atento se detiene al ver que los carabaos parecen dibujados por Utamaro”), pero sobre todo Hokusai.




Empecé entonces con lo de las imágenes minimalistas y he allí que me encuentro con una clásica taza blanca para café, sobre fondo azul, donde estaba a punto de desbordarse aquella famosa ola crispada y amenazante de Hokusai, y claro, en nuestros recuerdos también sigue ahí el Monte Fuji al fondo como otra ola blanquiazul, solo que enhiesta, firme, al igual que los pescadores en sus balsas tendiendo a lo vertical en el vaivén marino.


Pero seguí esperando, dudé, tal vez no me expresara lo suficiente con esta taza, tal vez fuera muy banal, algo por el estilo, debo haber pensado desacralizador (ahora lo reconozco), en mi falta de confianza hacia la expresividad incuestionable de Hokusai, ya advertida por ese ilustrador minimalista llamado Ross Robinson, quien escogió, con mucho tino, la cotidiana y estable taza blanca de café para unirla a la agitada ola mítica nipona de quien a sí mismo se llamaba “el viejecillo chiflado por el dibujo” (Gaukaio Rojin), y darle así otro sentido, ese del frágil encuentro entre estabilidad y agitación, pero siempre con Hokusai teniendo la última palabra desde ese Monte Fuji impertérrito allá al fondo de la tormenta.


Todo esto lo pensé después de ver la nueva imagen del perfil de Juan, mi hijo (quien anda en México, por Monterrey), y quien había sustituido una jovial foto suya, junto a dos compañeros de trabajo, por cinco muy minimalistas semicírculos negros. Esto fue una sorpresa para mí, que cambiara la imagen propia (que por esos días yo había mostrado nostálgico a unos colegas) por un símbolo estético, que de inmediato quise agrandar y detallar, solo para toparme atónito con aquellas mismas olas de Hokusai en esencia, es decir, todo inicia con un semicírculo negro, cual cuenco estable, para luego pasar a otro donde comienza a levantarse la ola, que ya en el tercero se yergue casi al desborde, luego vuelve a empequeñecer en el cuarto, y ya el quinto semicírculo es de nuevo la estabilidad.


Esa fue para mí la señal entrañable, un mensaje desde otra dimensión entre mi hijo y yo, que vaya uno a saber por qué circunstancias de nuestras particulares vidas andamos ahora necesitados de expresarnos desde Hokusai y sus olas crispadas. El hecho es que yo procedí de inmediato, sin dudas ya, a colocar la taza y su ola en mi perfil, y casi de inmediato recibí un mensaje de mi hijo definiéndola como “brutal” (es decir, sorprendente), sin saber él entonces que era el verdadero inspirador de mi elección definitiva, quien me había revelado su pertinencia. Por su parte agregó que esos semicírculos los había encontrado en Instagram y que le habían gustado no sabía por qué, sin saber de Hokusai.




Y acto seguido pasé yo a hablarle de Hokusai y de aquella famosa ola entre tantos famosos grabados de las no menos célebres vistas del Monte Fuji, algo que él no conocía, pero que de inmediato, caminando por allá en la avenida Benito Juárez, rumbo a su trabajo como chef de sushi (cosas de la vida), googleó para sorprenderse a su vez con uno de los más grandes artistas de la humanidad, y reconocer que ambos, él y yo, compartíamos una fascinación particular por Japón; aunque a él todavía le falta aprender a jugar el “Go” (le respondía yo retador, una vez más), ese juego de mesa que los japoneses instituyeron como otra de las artes que debía dominar un samurai (y que los chinos concibieron sencillo y profundo a un tiempo y llaman “Weichí”, y que los coreanos revolucionaron osados y llaman “Baduk”), un juego minimalista en suma.




En el proceso de compartir estas cosas, yo le pasé la imagen de la ola de Hokusai, de la cual él ya se imagina un tatuaje "brutal", reconociendo de paso que también sintió aquello de una señal, de un mensaje para ambos en todo esto, por lo que la ola crispada ya es un “fondo de pantalla” mutuo, una cercanía, una clave de algo que ya entenderemos en lo íntimo uno de estos días, quizás, pero que en todo caso nos une, nos conmueve, nos acerca desde la contemplación, allá en el fondo, de una montaña enhiesta, firme, calmada pese a la tormenta, es decir, la distancia.


2 comentarios:

  1. Así es el amor de Díos , sutil y misterioso. Se vale de otra cultura para acercar a padre e hijo en un factor común.( Japón ). Saludos .

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  2. Vaya sorpresa la conexión entre padre e hijo, me gusta que el símbolo hokusai se hiciera fondo de pantalla como recordatorio de esa unión más allá de la distancia, de hecho la hace desaparecer.

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